Ubicación:
Calicuchima
No.117 y Farfán.
Horarios
de atención: Lunes - sábado, de 09h00 a 13h30, 14h30 a
17h00
Costo
de entrada: $ 2 Extranjeros/ Adultos $ 1 Estudiantes, $ 0.50 Niños
/ 3ra Edad.
En
San Diego funcionó la recoleta de los padres franciscanos desde fines del siglo
XVI. En el siglo XVII, vivió en este lugar de recogimiento el Fraile Manuel
Almeida. Según la leyenda, los lienzos y el crucifijo del convento fue usado
por el padre Almeida como escalera para salir a sus fiestas nocturnas.
San
Diego conserva la solidez de sus muros y columnas de piedra del siglo XVII. Se
conecta por medio de patios interiores con galerías conformadas por arcos en la
planada baja y pórticos cerrados en las plantas altas, los corredores
superiores se iluminan con teatinas y lucernario.
En
la planta baja los muros casi en su totalidad son de adobe. En la planta alta
la estructura es de madera y de bahareque que es una mezcla de carrizo y barro.
Los cielos rasos son de carrizo, suro y barro. El complejo religioso de San
Diego ofrece a sus visitantes uno de los recorridos más completos por una
edificación colonial, con obras que llevan el talento de la Escuela Quiteña,
pues el visitante tiene la posibilidad de conocer la sacristía, el templo, la
capilla exterior, el osario detrás de la iglesia, cuatro patios del convento,
el refectorio, las celdas de los religiosos, el campanario y la sala de
Profundis con el refectorio o comedor es otra obra extraordinaria, con delicada
pintura mural sobre la madera y un sencillo pero encantador marco de piedra. En
el refectorio se admira una representación de la Última Cena del artista
quiteño Miguel de Santiago, en la que el platillo frente a Jesucristo contiene
cuy, una preparación andina tradicional.
Tiene
gran riqueza en lienzos, esculturas y donaciones. Las obras llevan el talento
de la Escuela Quiteña del siglo XVIII. El convento de San Diego era la antigua
recoleta de la orden franciscana. Sus paredes guardan preciosos lienzos con
alegorías a la pasión de Cristo, a la asunción de María y a la vida de castidad
y pobreza de santos como Francisco de Asís y Diego de Alcalá, patrono del
convento. Piezas que resultan de gran interés son el púlpito, un ejemplo de la
ornamentación barroca del siglo XVIII; la imagen de la Virgen de Chiquinquirá;
y el crucifijo por sobre el cual el bohemio padre Almeida salía a sus jaranas
nocturnas.
La
proliferación de conventos en la América india fue la estrategia de propagación
del catolicismo hacia cada uno de los habitantes naturales de las colonias
españolas. La exigencia en la preparación espiritual de los clérigos obligaba
que sus recintos, a los que se llamó recoletas, fueran construidos en
"edenes" lo más alejados del mundanal ruido. Así, el Convento de San
Diego, ubicado actualmente hacia el sur de Quito, se inscribe en esta línea. El
inicio de su construcción se sabe de finales del siglo XVI. En 1598 la
congregación franciscana obtuvo del Cabildo la autorización para levantar la
obra, bajo la dirección del padre Bartolomé Rubio. Entre este año y 1602,
quiteños acaudalados donaron terrenos, logrando una extensión de tres
cuadras. Hacia 1603 se había concluido
la iglesia, y el convento estaba en fase avanzada. En 1626 los patios internos
del claustro habían sido concluidos.
Relatos del Cabildo señalan que por 1650 San Diego ya oficiaba como una casa
de retiro para "veinte religiosos de penitente vida". Todavía
faltaban pequeños detalles, por lo que en 1689 fue nombrado "Obrero
Mayor" de la construcción al legendario fray Manuel de Almeida, pícaro
monje que usaba un crucifijo como la escalera que lo conectaba con la ciudad
nocturna y bohemia.
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